Los caminos del apruebo

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El comienzo

Más allá de las consignas («no fueron 30 pesos, fueron 30 años») o las explicaciones sociológicas (modernidad vs desigualdad), es posible interpretar lo que ha ocurrido en el último tiempo en Chile como un desgaste frente a la manera en que han sido tratados nuestros asuntos comunes. Me parece que, a estas alturas, no debiese ser controvertido observar que la ciudadanía no se reconoce en los resultados que ofrecen quienes se ocupan de los asuntos públicos. Esto puede teorizarse bajo diversos conceptos y, en esos términos, dará lugar a un debate que, por cierto, es bien importante para comprender lo que está pasando. Mi intención aquí no es contribuir directamente a ello, sino que más bien ofrecer una manera de ver las cosas que haga posible un entendimiento mutuo entre distintas visiones que se observan en las expresiones espontáneas que tienen lugar en el espacio de intercambio no teorizado de la ciudadanía.

El fenómeno que ha sido llamado «estallido social» no solo fue la expresión de un malestar que exhibió diversos grados de violencia, sino que también dio lugar a diversas expresiones individuales frente a los demás. Aparentemente, las personas espontáneamente concurrían al espacio público identificándose frente a sus pares en base a la expresión de sus creencias y preferencias, manifestando su alegría al encontrar a otras personas que también adhieren a ellas y, en algunos casos, indignación frente a personas que adhieren a ideas contrarias. Por cierto que esta diversidad es valiosa por razones éticas, pero si a alguien esto le parece discutible, por último concédaseme que si todos fuésemos idénticos la vida sería bastante aburrida y monótona.

Junto a ello, el camino acordado para dejar atrás el desgaste que ha sufrido la manera en que se han conducido los asuntos públicos en los últimos años, ha sido constituir una nueva política: acordar una nueva constitución. Pero ocurre que al momento de pensarnos como comunidad política, la mirada tiene que ir más allá de nuestros gustos y preferencias, y quienes adhieren a ellas. Si se me permite esta imagen, nos obliga a reunirnos y prestar atención a quienes no invitaríamos con gusto a nuestro cumpleaños.

En otras palabras, creo que es un error pensar en la constitución como el lugar donde se dibuja la sociedad que queremos. No es el lugar en el cual inventariar nuestros gustos y preferencias. Si aceptamos la pluralidad en nuestra comunidad política, la constitución es algo muy distinto: es el lugar donde diseñamos las instituciones que nos permitirán gestionar nuestras diferencias. Y un funcionamiento adecuado de estas instituciones es aquel que muestra resultados en los cuales la ciudadanía se reconoce y respeta, no porque sea dictado por una autoridad, sino que porque percibe que el conflicto político ha sido gestionado adecuadamente, y no ha sido la voluntad de unos pocos la que se impone.

El proceso

Es usual que se mire al proceso constituyente como una fiesta democrática, donde nos reunimos entre iguales a dar inicio a la creación de una sociedad mejor. Si la caracterización que he realizado de una constitución es correcta, esta imagen debe ser rechazada. Para comprender este punto permítanme una metáfora médica.

En nuestra vida cotidiana, no nos detenemos a pensar en nuestro corazón o riñones. En la medida en que funcionen correctamente, no les prestamos demasiada atención. Distinto es el caso cuando hay alguna falla. Vamos al médico, nos hacemos exámenes y, según la gravedad, la falla de algún órgano se vuelve nuestra preocupación central. Creo que esta imagen refleja bien lo que es una constitución. Si nuestras discusiones políticas se encuentren dominadas por lo que dice o no dice la constitución, a mi modo de ver esto es un síntoma de que existe una falla, que por cierto debe resolverse cuanto antes.

El proceso constituyente, entonces, se aleja bastante de una fiesta democrática. Se aproxima más bien a una intervención médica. Para dejar de preocuparnos del funcionamiento de un órgano, toleramos todas las incomodidades asociadas a los procedimientos médicos que, si son exitosos, nos permitirán retomar nuestra vida con normalidad. Volviendo al proceso constituyente, como decía en el punto anterior, este es el momento para reunirnos con aquellas personas que no invitaríamos con agrado a nuestro cumpleaños. Y lo hacemos porque nuestra vida política se encuentra en estado grave y requiere de toda nuestra atención (nótese que aquí la metáfora no alcanza a sugerir que el proceso constituyente sea un asunto solo de expertos ni tampoco asume una concepción organicista del Estado).

Por esta razón, en lugar de una fiesta democrática, me parece que el proceso constituyente es el momento en que nos miramos a las caras, constatamos el hecho del pluralismo razonable y fijamos los términos bajo los cuales intentaremos en el futuro entendernos mutuamente en asuntos públicos.

En el marco de este pluralismo razonable, el efecto de colocar algo en la constitución es excluirlo del proceso democrático ordinario. De ahí la tentación de encapsular algunas materias y no querer volver a discutirlas más. Por eso, no es extraño que sea muy controvertido. Más allá de algunos arreglos institucionales básicos en los cuales posiblemente no exista mayor controversia (separación de poderes, independencia judicial), me parece importante tener a la vista que la constitución no debe ser usada solo para decir que algo es importante. Que alguna materia no se encuentre en la constitución no quiere decir que sea poco relevante para nuestra vida social. Serán nuestras prácticas políticas las que nos presentarán frente al mundo cómo somos, cuales son nuestras prioridades reales, no lo que diga un texto constitucional. Y para ello es crucial que mantengamos viva la discusión, que la constitución haga posible la deliberación.

La tensión que me interesa destacar en este punto se produce entre excluir determinadas materias del proceso democrático ordinario y, al dejar de discutir sobre ello, olvidar por qué nos parecía importante. Esto último, porque la constitución requiere quedar en el olvido.

El olvido

Otto Mayer, destacado jurista alemán, dijo que el derecho constitucional queda en el olvido, y que es el derecho administrativo el que permanece en el tiempo. Una constitución exitosa, entonces, sería aquella que organiza nuestras instituciones de manera tal que no sea necesario que en nuestras discusiones políticas predomine el uso de conceptos constitucionales. Como decía en el punto anterior, a mayor protagonismo de la constitución en ellas, mayor será la debilidad democrática de nuestra comunidad política.

Esto no quiere decir que la constitución no sea importante. Es tan importante que será su calidad la que nos permitirá gestionar razonablemente nuestras diferencias y, gracias a ello, dedicarnos a realizar nuestros planes de vida. Si el funcionamiento de nuestras instituciones es evaluado negativamente por afectar derechos fundamentales, por ejemplo, esto será un indicador de que nuevamente nos desviamos del camino. Por cierto que frente al caso concreto estarán los tribunales para dar protección efectiva a esos derechos. En la medida de que sean pocos casos, la calidad de nuestra democracia no se verá comprometida. Pero si se llega a un punto donde el propio sistema no puede procesar el número de casos donde se afectan derechos fundamentales, los tribunales se vuelven impotentes para dar una respuesta satisfactoria al problema.

Cómo relacionarnos con otros y con nuestro entorno es una pregunta abierta. Nuestras decisiones políticas no pueden descansar en una constitución porque su función principal es hacer posible la deliberación, con los constreñimientos mínimos para que eso sea posible. La constitución actualmente vigente invertía los términos. Justamente se interesaba más por establecer constreñimientos a la deliberación haciendo de la política una actividad impotente. Recuperarla tomará tiempo y nos exigirá acostumbrarnos a deliberar, algo que al parecer habíamos olvidado. Y será el resultado de la deliberación que permita nuestra nueva constitución la que hará posible realizar las transformaciones que Chile necesita.